Las excavaciones de Pompeya se habían iniciado en 1748 poco más de diez años antes de la partida de Carlos III para España. En 1759 se estaba excavando en una propiedad privada que aparece mencionada como la Masería de Irace, en la que se exploraba lo que luego fue definido como unas casas próximas al Foro. El hallazgo más importante fue el de una escultura de Diana encontrada pocos meses después de la partida del rey Los detalles de este descubrimiento aparecen en los diarios, en las cuentas y en los informes que siguen remitiéndose al monarca.
De Pompeya nos ha quedado puntual información por los partes semanales, planos, dibujos y contabilidad detallada que se genera ininterrumpidamente y pasa de unos ingenieros a otros. Independientemente de que se trate de Alcubierre, Weber o de los hermanos La Vega, las instrucciones militares son las mismas y el cumplimiento de la normativa es idéntico. Estamos ante una obra colectiva en la que la información recogida pasa de un profesional a otro siendo a veces difícil individualizar la documentación generada por un equipo de trabajo altamente jerarquizado. A partir del verano de 1750 se incorpora al trabajo de campo el teniente coronel Carlo Weber quien, a las órdenes de Alcubierre, dirigirá las excavaciones de Herculano, Pompeya y Estabia. Tanto en este caso, como con la llegada de Francisco La Vega en 1764, se conservan las instrucciones precisas recibidas para llevar a cabo la recuperación de antigüedades.
La fuente más detallada de información que nos permite reconstruir con una precisión que hoy podríamos definir como excepcional son los partes o diarios que van generando periódicamente los ingenieros, subalternos y capomaestres que participan en la excavación. En Pompeya y en las otras ciudades del área del Vesubio estamos ante un caso que no se había conocido las excavaciones del siglo XVIII. Los protagonistas de los trabajos de campo no son estudiosos y diletantes de la antigüedad sino un cuerpo militar de ingenieros perfectamente jerarquizados y con sus reglas estrictas de funcionamiento. En algunos momentos fueron duramente criticados por su desconocimiento en materia de antigüedades, lo cual era cierto. Pero por otro lado es, gracias a ellos, por lo que se hace el levantamiento de planos y se genera una cadena de información que va desde los partes semanales que recogen los datos diarios de lo aparecido en el campo, pasa hasta el ingeniero jefe, que durante las primeras décadas de los trabajos fue Alcubierre, se trasladan al Secretario de Estado y este da cuenta al rey. Por último, es toda esta serie de informes detallados en los que se ordena con sus correspondientes fechas la evolución de los trabajos, la que nos permite reconstruir hoy el proceso de excavación de la ciudad con una precisión que no tenía precedentes y que se mantendrá como modelo.
Por otra parte, la minuciosidad con la que se registraron las cuentas durante todo el siglo XVIII nos permite conocer con gran detalle la metodología que se empleó por parte de los ingenieros militares y sus colaboradores. En “conti e cautele” se guardan las anotaciones de todos los gastos que suponía la organización, distinguiendo para ello lo que cobraban los hombres libres de la zona y el coste de los forzados. En ambos casos se trataba de dos grupos de algo más de treinta trabajadores organizados bajo las órdenes de un caporal, que era quien daba cuenta en sus notas de los hallazgos que se iban produciendo. Adicionalmente había un grupo de cinco soldados con su correspondiente jefe, que tenían bajo su responsabilidad la custodia de los forzados y de los esclavos procedentes en su mayor parte del apresamiento de navíos berberíscos.
Este colectivo de operarios realizaba galerías o se ocupaban de la extracción de la ceniza volcánica, según los casos. Pero cuando el trabajo de campo requería labores más especializadas, lo habitual era recurrir al personal expresamente enviado desde el Palacio de Portici, donde estaban encargados de la restauración de las esculturas, los mosaicos y los demás objetos que se iban hallando.
La forma de trabajar puede reconstruirse bien a partir de las mencionadas cuentas. Lo más común en las labores de excavación era el uso de picos y de carretillas, que semanalmente se van reponiendo o reparando. Las cuentas lo reflejan de una manera constante durante años, como también se recoge de manera regular el gasto que hacen en estopa para las mechas de los candiles, aceite para iluminar las galerías y madera para usos diversos. La madera, según deducimos de los gastos, se utilizaba sobre todo en el entibado de las galerías, pero también la vemos empleada en la fabricación de casetas de obra en el exterior, marcos para el traslado de los mosaicos o pinturas, las cajas de embalaje para su transporte a Portici y cualquier otra necesidad que fuera surgiendo. Por ello aparece con frecuencia el abono a los carpinteros y los nombres de los que con mayor asiduidad colaboraban en los trabajos arqueológicos.
Uno de los procesos que generaba la cadena de gastos a cargo de diferentes operarios era el que se producía con motivo de las piezas que iban a ser destinadas al museo. La extracción de las pinturas la hacían, por ejemplo, los operarios que trabajaban con el escultor Giuseppe Canart en la restauración de mosaicos y esculturas. Desarrollaron para ello un sistema mediante el cual cortaban los cuadros de las pinturas con sierras flexibles que fabricaban con muelles de relojes. Por ello aparecen estas piezas en la lista del material que se tiene que comprar con cierta asiduidad. El método de extracción de las pinturas se hacía también pegándoles papel antes de proceder a separarlas del muro. Así vemos en las cuentas importantes cantidades de papel y el fin para el que va a ser destinado. En la mayoría de los casos tenemos información precisa de qué pinturas o qué hallazgos son los que están originando un determinado gasto extraordinario.
Basta comparar los informes de la excavación con las cuentas de los días inmediatamente posteriores a aquellos ejemplares que merecen ser extraídos y trasladados a juicio por lo general del custodie del museo, Camillo Paderni. Los gastos de conservación de las pinturas están, por ejemplo, perfectamente definidos. Se procede a colocarlas sobre una plancha de esquisto en que van a quedar adheridas después de enmarcadas. La denominaban “piedra de Génova” y era adquirida a un clérigo local, que se ocupaba de suministrarla. También utilizaban en el proceso de extracción y en otras labores una importante cantidad de escayola, que se compraba siempre en la misma yesería. Todo ello respondía a un proceso encadenado de trabajo que se mantuvo durante años y que ahora podemos reconstruir con una gran precisión gracias a que se coordinaba todo desde una institución organizada como la Corona y sus dependencias, tanto militares como del Palacio. Las excavaciones generan unas necesidades que se atienden de manera local y que dan lugar a una constante demanda de herreros, carpinteros, transportistas y oficios diversos que aparecen reflejados con sus nombres durante largos años.
Una vez realizados los hallazgos y decidido su traslado al Museo de Portici, entraba en funcionamiento otra cadena jerarquizada de actividades destinadas a su conservación, su instalación en las dependencias reales, su estudio y la publicación por parte de la Imprenta Real. Estos últimos pasos, que quedaban muy al final del recorrido, no siempre se llegaron a completar, por lo que una gran cantidad de los objetos aparecidos en el siglo XVIII no fueron publicados en Le Antichità di Ercolano y continuaron inéditos hasta su inclusión en los volúmenes del Museo Borbónico.
Con las noticias recogidas en los informes y planos de los ingenieros, los resúmenes trasmitidos a Tanucci y lo que este traslada al rey, podemos hoy reconstruir después de más de dos siglos y medio el proceso de descubrimiento de Pompeya. Los propietarios de las fincas rústicas que se asentaban sobre el solar de Pompeya y sus alrededores tenían el conocimiento de que bajo las tierras y cenizas que cultivaban había una ciudad. Topónimos como la Civita o Vigna dell’Anfiteatro inducen a Alcubierre a iniciar allí los primeros trabajos para descubrir lo que inicialmente consideraban que era el asentamiento de Estabia. Se tenía que obtener permiso de los dueños de las fincas y se les indemnizaba por el perjuicio que los trabajos arqueológicos de la corona podían acarrearles. En ocasiones aparecen en las cuentas las indemnizaciones por una cosecha o el valor que debe darse a la pérdida de un árbol frutal. Posiblemente las compensaciones reales fueron generosas y ello explica que no hubiese grandes conflictos e incluso que se procurase dar las mayores facilidades por parte de alguno de ellos.
Los partes semanales de excavación permiten reconocer con bastante precisión el proceso de descubrimiento de los primeros lugares que se exploraron en Pompeya, si bien en algunos casos, como el de la Casa de la Diana Arcaizante, la documentación archivística es mucho más rica y variada. Eran sondeos y búsquedas aquí y allá sobre los que había multitud de opiniones y controversias. De un lado los ingenieros militares con Alcubierre, Weber y Francesco la Vega querían trazar el plano de la ciudad, buscar sus calles, topografiar, hacer planos y levantamientos sus edificios principales y las murallas. Por otra parte el rey les impulsaba a que entrasen en las casas para buscar objetos de valor con destino al museo. De esta manera Pompeya ha sido desde mediados del siglo XVIII el modelo de yacimiento arqueológico en el que se han experimentado y consolidado todos los criterios que cada generación ha tenido a mano o a creído el más adecuado para conservar los hallazgos.